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miércoles, 8 de septiembre de 2010

RACIONALIDAD Y REALISMO EN LA ARQUITECTURA CONTEMPORÁNEA


Ponencia leída en el Congreso de Arquitectos de España, Valencia 2009.

1. INSPIRACIÓN Y ERROR.

Es una responsabilidad de la arquitectura con la sociedad resolver más problemas de los que la propia arquitectura crea. Sin embargo, existe el peligro de un generalizado fracaso de la arquitectura contemporánea en la consecución de estos objetivos de utilidad pública y no por falta de intenciones más o menos responsables, comprometidas o benéficas de los arquitectos contemporáneos. La razón puede ser más profunda y se relaciona con la falta de comprensión que todavía tenemos de conceptos tan básicos como “realismo” (como opuesto a idealismo) y “racionalidad”. Esto nos impediría contribuir a la solución de la grave situación (medioambiental, económica y social) en que nos encontramos. Y esta incapacidad aumenta el desinterés, la brecha que separa la codificada cultura arquitectónica contemporánea de la sociedad a la que supuestamente sirve. Mientras nos engañamos hablando entre nosotros sobre lo útiles que podemos ser a la sociedad, es probable que nuestra voz tenga cada vez menos peso en ella.


En una coyuntura difícil como la actual, se toleran mal las frivolidades. Paradójicamente el miedo y la responsabilidad nos pueden agarrotar en la búsqueda de soluciones que necesitan desesperadamente de ideas nuevas que, a su vez, reclaman libertad creativa y por tanto un sentido lúdico y casi festivo de las cosas. La responsabilidad que nos obliga a resolver problemas necesita de la creatividad y ésta, a su vez, de la ingenuidad irresponsable inherente al proceso creativo. Por tanto veremos que tan necesaria es la generación de ideas creativas y arriesgadas como el desarrollo de métodos eficaces para detectar con humildad sus errores. Sobre todo si tenemos en cuenta que en este caso los errores son más frecuentes y graves precisamente por tratarse de “ideas nuevas” no experimentadas. Si queremos ayudar en esta situación, tenemos que ser tan irresponsables en la generación de ideas como responsables en su crítica. Las ideas no son buenas sólo por ser “locas” o “originales” ni por ser “lógicas” o “racionales” en el sentido habitual de los términos, sino por ser formas nuevas y propositivas de resolver nuevos o viejos problemas de manera eficaz y contrastada. Incluido los problemas planteados por la propia solución. Veremos que esto es ser realista y racional. Exponer cada idea a la crítica y la contrastación. Se trata de luchar, dentro de nuestro ámbito de influencia, contra la estupidez que implica no advertir los errores y que está detrás de todas las crisis humanas.


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  1. ARQUITECTURA ¿RACIONALISTA?
¿Es realista y racional la arquitectura contemporánea? Atendiendo al sentido popular de “lo racional” parecería que sí, pues una de sus raíces es el funcionalismo. La idea de utilizar criterios “científicos” para analizar y resolver problemas espaciales siguiendo las consecuencias “lógicas” de las “premisas o causas” y el uso de las tecnologías disponibles para crear espacios de mayor calidad “objetiva”, suena muy racional (VJUTEMAS, Bauhaus). Deberíamos entonces continuar y avanzar en esta tradición. Analizar con objetividad el problema planteado, el solar, el lugar, el programa, hasta obtener, partiendo de ellos, una solución no arbitraria. “La función crea el órgano”. El proyecto debe justificarse en los condicionantes del encargo. Parece lo racional, “lo científico”.
Sin embargo hoy, después de modelar la mayor parte de nuestras ciudades siguiendo estas ideas con resultados a veces discutibles, después de tantos edificios funcionales que no funcionan o directamente inhabitables, después de tanto hartazgo de la sociedad con cierta actitud redentora de esta arquitectura que no se corresponde con sus logros, sospechamos que debe haber algo que falla en la práctica de estas ideas sin duda “buenas y éticas”. Se suele admitir, desde hace tiempo, que esto es consecuencia de una actitud ingenua al tratar de aplicar métodos deterministas, útiles para en ciencias físicas donde el problema está “bien planteado” con datos de partida conocidos y determinados, al campo de la arquitectura. Aquí los problemas a resolver son siempre múltiples, interferidos, confusos, ejemplos de “problema mal planteado”. Esto ha permitido la excusa intelectual para abandonar cualquier posibilidad de racionalización y abrazar lo arbitrario, lo incomprensible o lo irracional como corazón de una arquitectura. Pero esto tampoco ha contribuido mucho en la solución de problemas reales de la sociedad.
Si pensamos que en el núcleo de la arquitectura está, como dijimos al principio, la resolución de problemas proponiendo un orden aceptable a la estupidez generadora de sufrimiento, no podemos refugiarnos tanto en lo arbitrario, subjetivo o en el “Arte”. Si esperamos acercarnos al método científico debemos conocerlo mejor. Quizá descubramos que no se corresponde con su estereotipo.
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  1. LA LÓGICA CIENTÍFICA.
Desde 1934, año de publicación por Karl Popper de “La lógica del descubrimiento científico”, queda claro que la lógica científica y los principios aplicables a cualquier problema que se quiera abordar de forma racional, no funcionan como creían los arquitectos funcionalistas. Lo expuesto anteriormente de su método es un ejemplo de pensamiento inductivo. Va desde los hechos (la experiencia, el solar) a la teoría (la solución, los argumentos del proyecto). Popper, siguiendo la estela de Hume, terminó de aclarar y desde entonces es aceptado de forma generalizada, que no existe una relación real lógica que vaya desde los hechos a la teoría. Las teorías no se pueden justificar en hechos previos. Para que sean válidas (y no hemos dicho verdaderas) lo único que podemos hacer es contrastarlas a posteriori. Para ello las teorías deben poderse contrastar, o como dice Popper, deben ser susceptibles de “falsar”, de poderse demostrar que no son verdaderas. La “falsación”, base de la crítica, es el concepto clave del pensamiento racional. El valor o contenido de una teoría depende de su capacidad de poder ser “falsada” o contrastada. Si no se puede “falsar”, la teoría carece de contenido racional. Para ello toda teoría debe arrojar predicciones contrastables.
Hay quien cree que esto ha sido ampliamente superado por posteriores aportaciones epistemológicas. Pero basta echar un vistazo sincero a la dinámica actual de la investigación científica para constatar que matizaciones como las de Thomas Kuhn, Imre Lakatos o Mario Bunge no demuelen en absoluto el edificio popperiano. Más bien, sobre todo en el caso de Lakatos o Bunge, lo perfeccionan.
El pensamiento inductivo, que popularmente se relaciona todavía con el científico, busca demostrar la verdad de la teoría a partir de unos hechos. Los posibles, aunque no definitorios, experimentos posteriores son algo secundario. Se utilizan para demostrar que algo es “Verdad”. Pero el pensamiento deductivo, por el contrario, no trata de demostrar la verdad de nada ni de justificar ninguna teoría. Parte de una conjetura a la que sólo se le pide que supere la crítica para lo cual es necesario que arroje una predicción física contrastable experimentalmente. Con la crítica sólo se busca el error, que la predicción no se corresponda con los hechos. No importa el origen o la forma de la teoría, su belleza o su exotismo. Sigue el mismo mecanismo que la Evolución de las Especies descubierto por Darwin. No es lamarckiano, niega “que la función cree el órgano”. Los nuevos descubrimientos en epigenética tampoco dan la razón a Lamark cómo algunos sostienen. Es falso que la jirafa tenga el cuello largo como consecuencia del “esfuerzo” acumulado de generación en generación en estirarlo para llegar a comer las hojas de la copa del árbol. Esto sería un caso claro de inducción. Al contrario, en la selección natural darwiniana, se necesita multiplicidad, variabilidad, originalidad y riesgo en las conjeturas para poder seleccionar de forma crítica la mejor de las teorías. Una jirafa tiene el cuello largo porque en la sucesión de las generaciones, mutaciones aleatorias y normalmente letales, generaron muchas versiones distintas de la misma, algunas de las cuales con el cuello algo más largo que el de sus padres. Esto les permitió poder alimentarse mejor que sus congéneres dándoles mayores probabilidades de supervivencia y reproducción. El pensamiento racional como parte de la evolución, tiene el mismo funcionamiento deductivo pero con la ventaja frente a ésta de permitir, mediante la crítica, eliminar conjeturas erróneas de forma incruenta, sin eliminar al portador del error.
Por eso, el pensamiento racional deductivo o científico no tiene nada de convencional, aburrido, conservador o académico. Es justo lo contrario. Es más libre de lo que se suele pensar. Es auténticamente revolucionario. No coarta la imaginación. Necesita de la creatividad más radical. Carece de prejuicios. No califica a nada de “monstruoso” a priori. Sólo constata si la teoría (o el argumento de proyecto) es capaz resistir la crítica y permitir una prueba que haga corresponder los enunciados con hechos. Si la supera es una teoría válida, nunca verdadera. Si no la supera es falsa. Y si no hay forma de contrastarla, es peor que falsa. No tiene contenido, “es un brindis al Sol”. ¿Cuántos de estos tenemos en la arquitectura contemporánea?
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  1. LO ININTELIGIBLE NO ES SINÓNIMO DE PROFUNDO.
Pero, ¿cómo contrastar la arquitectura? ¿Qué prueba podemos hacerle? ¿Qué es error en arquitectura? Manejamos tantas variables interrelacionadas de difícil cuantificación que hay que ser muy cautos al hablar taxativamente de un “error”. Eso no significa que no existan. Hay que reflexionar sobre que preguntas hay que hacer. Hay que dejar que otros las hagan y que sea el edificio además del arquitecto el que responda. Y a esta dificultad intrínseca hay que añadir otra generada por nosotros. Para propiciar la crítica racional, los argumentos, conjeturas o teorías necesitan exponerse de la forma más inteligible posible para que puedan ser claramente comprendidas. La oscuridad, la ambigüedad, los constantes sobreentendidos, pueden ser interesantes desde el punto de vista poético o emocional. Pueden servir para deslumbrar. Pero si realmente queremos resolver un problema con un enfoque racional, son un grave impedimento. No hay texto de arquitectura de cierto “nivel” que no contenga citas de Heidegger o Derrida, filósofos que propician si no reclaman, como Theodor Adorno, “oscuridad”. Se busca sustituir el pensamiento reflexivo por la autoridad intelectual añadiendo complejidad a la complejidad del mundo. Justo lo contrario que hace el método científico, racional o deductivo que busca esforzadamente una precaria luz y lejos de eliminar el misterio, la imaginación, la creación, el sentimiento, la poesía consustancial a la realidad, nos ofrece el método más fiable que se conoce para aprovechar todo esto (lo dionisiaco) en la resolución de problemas reales.
Pero cuando pensamos que estar “a la vanguardia” obliga a interesamos por la ciencia, tampoco la entendemos. Nos maravillamos con la fertilidad de significados de la teoría del caos, las resonancias holísticas de la Mecánica Cuántica o los análisis paramétricos de la complejidad. Nos fascinan sus lenguajes tecnificados que responden a la especialización necesaria para abordar un mundo “poliédrico”. Intentamos imitar, en nuestro ámbito, un lenguaje codificado pensando que de alguna forma estamos arropando nuestros argumentos con la autoridad de la ciencia. Como dice A. Sokal:
“Se trata de tirar palabras eruditas a la cara del lector sin preocuparse por su significado y sin preocuparse por explicar su significado a sus lectores -que se supone que, en general, no son científicos- y, sobre todo, sin preocuparse por dar argumentos sobre la relevancia de estos conceptos o términos científicos en los campos que quieren estudiar”.
Desgraciadamente lo que más nos interesa es justo lo que Popper, el físico Richard Feynman, o Alan Sokal detectan como los principales problemas de la ciencia. La extrapolación de explicaciones particulares (cuántica, relatividad) de forma impropia a otros campos intelectuales o a la filosofía y vida cotidiana. La idealización y mistificación de modelos abstractos más allá de su utilidad para la previsión de resultados o solución de problemas objetivos, lo que dificulta proponer otros distintos. La especialización, la creación de parcelas estancas de conocimiento con la instauración de “expertos” y “autoridades” en cada campo, que dificulta ejercer la crítica sobre una conjetura con independencia de la persona que la sostenga. Y como consecuencia de esto, el lenguaje tecnificado o argot que dificulta la comunicación de las conjeturas y circunscribe el debate al círculo de “expertos” descalificando como “legos” a todos los demás.
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  1. LOS PARADIGMAS NO EXISTEN EN EL PENSAMIENTO RACIONAL
Thomas Kuhn, con esa visión social de la ciencia, pretendía esclarecer sus mecanismos superando la ingenuidad popperiana. Pero creo que sólo describe bien el funcionamiento del mundo académico donde se exiben, mejor que en cualquier otro sitio, los males de la ciencia anterioremente citados. Es corriente que catedráticos o jefes de departamento impongan su autoridad a los profesores asociados formando grupos cohesionados en torno a él que se ven obligados a aceptar sus criterios si esperan prosperar. Es común la lucha mezquina entre departamentos con distintos “paradigmas”. Más bien es una lucha a muerte por acceder a financiación o a parcelas de poder en sus respectivos centros. Con honrosas excepciones, es un retrato general de nuestras universidades. Pero esto no es exactamente la ciencia. Y pesar de todo, y de forma casi inexplicable, en estas instituciones hay personas vocacionales con gran tesón que realmente la generan.
Para la ciencia, a pesar de lo que estamos cansados de oír, no existen “paradigmas”, “autoridades”, “expertos” ni “legos”. Ni se le da mayor importancia a las palabras más allá de que sirvan para comunicar la conjetura. La ciencia no trata de la solución de malentendidos lingüísticos como sostenía Wittgenstein. Las definiciones no pretenden describir inequívocamente la esencia de las cosas. Sólo son etiquetas que nos permiten entendernos de forma resumida (esencialismo escolástico medieval frente a nominalismo científico).
Si esto es cierto, hagamos un experimento ¿Podríamos entonces resumir lo dicho en este escrito sobre el método científico sin utilizar palabras altisonantes como “falsación”, “inductivo” o “deductivo”?. Creo que sí es posible. Es lo que hace, desde dentro de la ciencia y con sencillez R. Feyman, que seguramente no conoce a Popper o a Kuhn, al decir en una de sus John Danz Lectures:
“La mayoría de la gente encuentra sorprendente que en ciencia no haya interés por la formación previa del autor de una idea o por sus motivos al exponerla. Usted le escucha, y si la cosa suena digna de ser probada, que podría ensayarse, que es diferente y no claramente contraria a lo ya observado, entonces resulta excitante y vale la pena intentarlo. Usted no tiene que preocuparse por cuánto haya estudiado él o por qué quiere que usted le escuche. En ese sentido no importa de dónde procedan las ideas. El origen real es desconocido; lo llamamos imaginación del cerebro humano, la imaginación creativa; es simplemente uno de aquellos impulsos.“
Pensar que la arquitectura, con su complejidad intrínseca, no-lineal, híbrida, macro-orgánica, con su poética del no lugar, holística o dialéctica, está por encima de estos principios es una grave irresponsabilidad. Sabemos que sólo podemos aplicar el método a ciertos aspectos parciales relacionados con las cuestiones que el proyecto trata de resolver. Nunca, por ejemplo, podemos explicar el origen de las formas (a lo mejor no es tan importante). Pero lo responsable, y más en una situación de crisis económica y ambiental, es contrastar la estrategia de utilización de los grandes recursos de la sociedad que nosotros gestionamos. Si sirvieron en materias de difícil cuantificación o contrastación, como Popper demostró al aplicar estas ideas en política y sociología, y George Soros en economía, se deben aplicar también a la arquitectura.
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  1. LA FUERZA DEL PESAMIENTO DÉBIL.
Buscar la racionalidad en la arquitectura no es, como todavía muchos creen, buscar la solución “incontestable” de los problemas con la obtención de la “forma objetiva”. Esto no es más que otro peligroso idealismo típico de las vanguardias, que nace de la tremenda inseguridad que supuso el fin de los estilos al comienzo del S. XX. Buscar la racionalidad es todo lo contrario. Es gestionar, acotar, la inevitable incertidumbre. La única certeza es que siempre podemos estar equivocados.
La verdadera fuerza del pensamiento científico está en su debilidad. Saberse siempre en la posibilidad del error obliga a una eterna contrastación en una tradición que arranca con el probable “Sócrates histórico” de la “Apología” (que no es el “Sócrates” marioneta de Platón en “la República”). Esta concepción jamás permite alcanzar alguna verdad absoluta pero sin embargo ninguna otra detecta mejor la falsedad. Las ideologías del s. XX (nazismo, marxismo) no entendieron esto y hacían gala de una jerigonza que pretendían científica cuando eran criminales idealismos (frente al realismo científico). Lo que nos advierte de que el uso de argumentos ininteligibles, deshonestos y mistificadores no es inocuo. George Soros identificó también el peligroso idealismo del “fundamentalismo del mercado” que profesa una fe ciega en “las leyes del mercado que conducen, si no hay intervención, al equilibrio del sistema”. Sin embargo los mercados, como G. Soros o P. Krugman advirtieron y nosotros ahora hemos comprobado, sin unas reglas de juego transparentes y unos límites razonables, tienden directos al abismo al operar de forma incompresible sobre bases no racionales y sin contacto con la economía real.
La realidad es que, desgraciadamente, ser “idealista” sigue estando bien visto. No tiene nada de “peligroso” o “criminal”. Representa una actitud desinteresada, flexible, amable. Mientras lo “racional” o “científico” sigue viéndose a veces como autoritario, aburrido, inhumano, contrario a los sentimientos y responsable en parte de los desastres del S. XX. Tardaremos tiempo en invertir estos calificativos. Desde hace demasiados años lo objetivo, lo inteligible y lo racional no está realmente de moda en ciertos ambientes “intelectuales”.
Cuando estalló el caso Sokal en 1996 [ver enlace al final del texto], creí esperanzado en mi ingenuidad que había llegado el fin de la posmodernidad. Pero la influencia de Heidegger, Wittgenstein, Adorno, Kuhn, Feyerabend, Lacan, Latour, Derrida, Deleuze y Guattari, Virilo… es muy difícil de contrarrestar. No interesa. En arquitectura, sociología psicología…todavía no hay texto que se precie sin referencias a algunos de estos malabaristas de lo oscuro e ininteligible. Sobre todo en ambientes académicos.
No sería importante si no tuviera consecuencias. Generar conocimiento que no resuelve problemas de la sociedad no es generar conocimiento. A la larga es generar más problemas y empeorar los que ya hay en todos los campos. Volviendo a la preocupante economía, quizá la actual crisis económica e incluso la medioambiental la podríamos entender mejor no hablando de “burbuja financiera o inmobiliaria” sino de “burbuja de conocimiento”. Como nos advirtió P. Krugman hay que desconfiar del misticismo y la verborrea incomprensible de muchos gurús financieros (ahora lo sabemos bien).
Aunque sea ingrato, a riesgo de parecer antipático y que me acusen de que sólo pretendo detectar faltas ortográficas en poemas de amor, considero un deber seguir insistiendo como en aquel cuento: ¡El Rey está desnudo!
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  1. LA ARQUITECTURA MÍSTICA NO RESUELVE PROBLEMAS OBJETIVOS.
Para poder aplicar principios racionales en nuestro campo, debemos luchar contra unos enormes reflejos inductivos adquiridos por la profesión históricamente y personalmente por cada uno de nosotros. Puede que ese origen funcionalista y el momento histórico en que se fraguó el Movimiento Moderno tengan que ver con esto. En aquel entonces se daba por hecho, como vimos, que el método científico era un proceso inductivo. De los fenómenos observados se infiere la teoría. Pero esta concepción (positivismo lógico) no se correspondía realmente con las prácticas cotidianas que los científicos utilizaban, conscientemente o no, para producir ciencia. Mucho antes y después de Popper se viene aplicando con éxito el método científico con una práctica deductiva. Éste sólo estudió el proceso para que fuera más inteligible subrayando su naturaleza deductiva, lo que no es poco.
Pero el auténtico problema es que nos interesa, reconozcámoslo, de forma algo deshonesta el inductivismo obsoleto y el lenguaje mistificador para protegernos del aluvión de “críticas injustificadas” que conlleva levantar cualquier idea, proyecto o edificio (clientes, administración, constructor, publicaciones de arquitectura…). En las escuelas de arquitectura, frente a un profesorado consciente de su responsabilidad, existe otro para el que nuestra supervivencia académica o profesional, nuestro prestigio pasa por la defensa, a toda costa, de nuestra voluntad encarnada en el proyecto. En vez de enseñar métodos que nos adviertan de nuestros errores, entrenan directa o indirectamente a los alumnos en la elaboración de argumentos inductivos, epatantes y difícilmente contrastables (verborrea). Por eso se sigue citando a los Heiddeger, Virilo, Derrida o Deluce. Son eficaces muletas de autoridad (como en la edad media). Nadie se atreve a criticar lo que no entiende y en realidad nadie sabe exactamente lo que estos autores tratan de decir. Se aprende que es la “divina inspiración” del artista y no el conocimiento y la razón siempre susceptible de crítica mundana, la que nos otorga por tanto verdadera “autoridad”. Aprendemos a despreciar las funciones prácticas que son explicables de nuestras creaciones (construcción, instalaciones…). Aprendemos por tanto a arroparnos con el misterio para mistificar nuestra figura y nuestra obra y hacerla inasibles a la crítica. Aprendemos, en definitiva, a ser pontífices de nuestra arquitectura oracular y hasta muchos vamos de negro como los sacerdotes.
Es bueno que la arquitectura sea perfectible, adaptable, flexible para ser útil en el tiempo. Pero existe una forma de arquitectura dogmática que pasa por flexible y racional. Nos enfrentamos con textos humo y proyectos humo, vagos, sin definición, aparentemente propositivos. Son los preferidos (“edificios nube”, en la terminología nube de J. Quetglas) pues el golpe de la crítica los atraviesa sin hacerles mella. Amables y sociales proyectos dialécticos y textos dialécticos que, fagocitan la crítica y la convierten en parte de sí mismos. Pretenden carecer de método citando, cual crucifijo ante el anticristo, a W. Benjamin “la preocupación por el método es una actitud típicamente burguesa”. Todo esto trata en realidad de apuntalar su autoridad ante compañeros y sociedad de forma sutil pero en el fondo acientífica y escolástica, pensando que es la única forma de hacernos valer para tener el poder de realizar lo que queremos.
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  1. EL PRESTIGIO SOCIAL DEL ARQUITECTO PROVIENE DE SU UTILIDAD.
Sin embargo, a veces, la actitud anterior no produce más que un justificable sarcasmo en un amplio sector de la sociedad. Desprejuiciada, de cualquier extracción social pero libre de verborragia, enjuicia determinadas obras o textos de arquitectura contemporánea como absurdos “caprichos de arquitecto”. Podemos seguir pensando que es un problema de falta de cultura o ejemplo trivial de la incomprensión del arte contemporáneo por parte de la masa, de “La Deshumanización del Arte”. Seguiremos así nuestro rumbo divergiendo de la sociedad. Seguiremos sintiéndonos incomprendidos por ésta y buscando acomodos en nuestro pequeño gueto cultural de arquitectos. Se favorece así la desconfianza de la gente en la arquitectura contemporánea para resolver sus problemas reales, entendiéndose mejor la desgraciada preferencia que para esto se tiene a veces en la arquitectura de nuestros bisabuelos. Esta sociedad, por ello, considera mejor por lo general a los ingenieros que a los arquitectos. A los ingenieros, al menos se les entiende y han demostrado su utilidad, mientras en general, a nosotros se nos considera sólo “divinos”. Hace 13 años, en el anterior Congreso de Arquitectos de España, Vicente Verdú ya planteó la necesidad de que seamos “menos endogámicos, menos ensimismados, más humildes y menos redentoristas”.
No estamos bien preparados para la tremenda dosis de humildad que requiere un planteamiento más racional. Porque la racionalidad implica la actitud socrática de aceptar e incluso desear la crítica de distintas fuentes y la contrastación si es para detectar el error. Una crítica escasa puede indicar un trabajo vano. Pero pensamos que reconocer los errores perjudicaría nuestro prestigio, nuestro poder y por tanto nuestra sagrada libertad creativa. Y puede que así sea. El método racional es contrario a cualquier estructura de poder al no admitir autoridad ninguna profesional o académica. Es por tanto genuinamente revolucionario. El ejercicio de la profesión, si adoptamos este método, será muy distinto y quizá todavía más difícil pues se ejercerá desde la debilidad y la falibilidad. Sin embargo es el único que, a la larga, nos devolverá el tan añorado “prestigio social”, por ser el que ha demostrado mayor eficacia.
Una vez que se entrega el edificio, ya parece que todo lo que ocurra después es ajeno a nosotros y culpa del que lo habite. Habría que entender, por ejemplo, que un edificio no son sólo (aunque también) los planos del proyecto y las infografías de concepto. No son sólo las sofisticadas fotos retocadas que encargamos hacer antes de ser habitado. ¿Quién no ha borrado alguna vez con Photoshop esa señal de tráfico justo en medio de la fachada? Pero, ¿por qué no retocar, de paso, ese remate del edificio que no quedó bien? Nunca el idealismo ha tenido herramientas tan maquiavélicamente perfectas.
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  1. CONTRASTAR ES PENSAR DE FORMA RACIONAL.
Una actitud más racional nos obligaría a volver cada cierto tiempo a nuestros edificios para ver su evolución como se empieza a hacer en el mundo anglosajón. Comprobar con sinceridad si las intenciones expresadas en la memoria tienen alguna forma de contrastarse en el edificio real. Si las ideas, que según los textos preparados para su publicación, contribuían a mejorar la vida de sus habitantes, efectivamente la mejoran. Si al poco tiempo las reformas han desdibujado la identidad del edificio. Si han sido como consecuencia de una inasumible idiosincrasia del habitante o necesarias por incapacidad del proyecto de adaptarse a las necesidades del programa. O si estas modificaciones, pretendían simplemente hacer el edificio habitable. Nuestra obra no es sólo un producto cultural sino la más cara herramienta para la vida que tiene el ciudadano. No pretendemos descubrir la “utilitas” vitrubiana pero sí una utilización más honesta del concepto. Estas ideas aparentemente “funcionales” (la arquitectura como “máquina de habitar”…) han servido en el pasado siglo como escudos morales para construir grandes monumentos de la arquitectura Moderna con grandes deficiencias funcionales no suficientemente subrayadas en las Escuelas de Arquitectura.
La “falibilidad” a la que aludimos antes es otro concepto clave del pensamiento racional. Tenemos que saber que no vamos a proyectar jamás ni nosotros ni nadie un edificio perfecto. Que ha habido y hay profesionales de una formidable capacidad, pero no es racional caer en la mistificación que significa su denominación como “genio”. No hay obra sin error. Pero existen grados. Se pueden hacer mejores edificios si durante un proceso desmitificado vamos testando el proyecto de forma realista y crítica para eliminar los errores más graves. No pretendemos decir que sólo lo construido tiene valor al permitir contrastación. La contrastación puede y debe estar en todo el proceso. Hay herramientas para testar, con todas las reservas de cualquier modelo, la espacialidad, la escala, la eficiencia energética, la construcción y el presupuesto en fase de proyecto. Todas las herramientas paramétricas que no permiten justificar ningún proyecto (inducción) son bienvenidas para la contrastación (deducción). Pero, sobre todo, iremos mejorando mucho si, tras la ejecución de la obra, nos sinceramos con la realidad construida que debe ser el norte de nuestro trabajo.
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  1. LA POTENCIA OBJETIVA DE LA SUBJETIVIDAD.
En realidad, como la actitud deductiva inherente al pensamiento racional se encuentra, de forma más o menos consciente, en todos los procesos de pensamiento y métodos de trabajo que resuelven problemas reales, también se encuentra en la práctica cotidiana de muchos arquitectos. Alvar Aalto, arquitecto considerado imaginativo, intuitivo, naturalista… en comparación con los primeros modernos, describe su método en el artículo ”La trucha y el torrente de la montaña”. Después de examinar y analizar los diversos requisitos de un proyecto nuevo, lo dejaba todo a un lado y se dedicaba a realizar dibujos azarosos e inconscientes, hasta que descubría en ellos aquellos rasgos o ideas capaces de convertirse en un proyecto al resolver los condicinantes planteados. No hay nada más deductivo y racional.
Lo racional visto de esta forma exige, como vimos al hablar de la evolución, la fértil generación de ideas imaginativas, nuevas, subjetivas, artísticas, casuales, extremas para poder ejercer la crítica, la selección basada en su utilidad para resolver los condicionantes objetivos. Por tanto, paradójicamente, la solución racional de problemas objetivos no impide lo subjetivo o irracional en una primera fase. Como el escultor que necesita el barro como materia prima de su obra, necesitamos riqueza de ideas diferentes cuyo origen no nos importa si al ejercer la crítica sobre ellas conseguimos eliminar las que no sirven, las que tienen consecuencias no deseadas (“errores”). Nos quedamos con aquellas que salvan la crítica inicial solucionando algo. Pero no hay que confundir el barro con la obra del escultor. Las ideas sin selección crítica no son más que materia inerte.
Igualmente, en el interior de los estudios, sobre todo si están constituidos por un equipo de varios arquitectos, esta actitud deductiva está presente de forma más o menos consciente porque es la única manera que una idea tiene de abrirse paso entre un grupo de iguales. Pero al mostrarse el resultado al exterior, condicionados por las reglas del juego vigentes, se le da una mano de pintura inductiva. Se construye a posteriori y a veces inconscientemente una fantasía de proceso idealista, una poesía que todo lo justifique desde el lugar, el no lugar o desde paramétricas condiciones de contorno (sociología, psicología…). Y los errores del edificio cuando se detectan por supuesto se entierran “de facto” dentro del estudio mediante un pacto de silencio. Sin embargo, atendiendo realmente a un espíritu racional deductivo, en los estudios se prueban formas sin pedirle pedigrí, a veces generadas semi-automáticamente, sabiendo que lo importante no es su origen (quién del equipo o qué programa las genere) sino la crítica feroz y la selección de estas formas dentro del estudio. Deberíamos ser capaces de abrir esta “caja oscura” y extender esta actitud que da tan buenos resultados arquitectónicos al exterior de los estudios, al clima arquitectónico. Las críticas se harían sin ánimo de descalificar sino de entender, evitando, aunque nos parezca ahora difícil, cargas emocionales estériles para conseguir aprender de los errores ajenos y propios.
No cabe duda que la tarea sería ardua. Tendríamos que valorar los argumentos y los proyectos por su capacidad de contrastación. Tendríamos que mostrar sin miedo, no sólo los aciertos, sino los errores cometidos que pueden tener más valor para todos que los aciertos. Y cambiar la denominación del obligado apartado de la memoria “justificación de la solución adoptada” (obsoleto por inductivo) y sustituirlo por la de “contrastaciones para la solución adoptada”.
¿Seremos capaces, en este mundo tan competitivo basado en el prestigio, de poner en valor nuestras obras reconociendo y compartiendo en público nuestros errores?



Para más información sobre el caso Sokal:
http://biblioweb.sindominio.net/escepticos/imposturas.html

Para entender mejor las raíces de la verborrea tan extendida entre los arquitectos:
El posmodernismo ¡vaya timo!

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